Círculos rotos
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Diversos enfoques psicoterapéuticos apuntan que la clave de todo buen comienzo está en el impecable cierre de aquello que sustituye. Que evolucionar implica tomar conciencia del “aquí y ahora” tras procesar efectivamente la pérdida, el yerro consumado, una vez que se ha hurgado en la llaga y se la ha limpiado antes de cauterizar. Cerrar ciclos -y hacerlo bien- implica recurrir a la reflexión, al coraje y la perseverancia a fin de tasar el pasado, registrar sus aportes y traspiés, examinar qué falló y por qué, antes de “pasar la página”. De otro modo, lo que perturba terminará hostigándonos, tornándose en sombra: eso que Jung define como “todo lo que el sujeto no reconoce y lo que, sin embargo, una y otra vez le fuerza, directa o indirectamente”.
Ante el envión de un inconsciente que forcejea por asomarse al consciente -se trata de pulsiones, dice Freud, de carácter indestructible- no es el liviano olvido, entonces, la ruta que corresponde tomar. Es difícil purgar del todo una vivencia si antes no se escrutan a fondo sus secuelas, si no se ha procedido a arrancar la esquirla hincada en la carne, una cuyo sensible daño en el presente no puede despacharse con un simple “dejémoslo atrás”. Eso no sería posible: lo reprimido, lo enterrado vivo tenderá a retornar, inhibiendo avances, sembrando minas que cualquier mal paso podría hacer estallar.
Según esto, podríamos decir que el viejo pecado que no ha sido elaborado de forma reflexiva jadea en nuestro sistema como un germen de autodestrucción, esperando condiciones para brotar y arrasar con todo a su paso; para mutar en fobia, en resentida neurosis, en histeria. Ya lo ha dicho el mismo Josep Borrell, nuevo Ministro español de Exteriores, cuando hacía referencia al “procés” catalán: “antes de cerrar las heridas hay que desinfectarlas o se pudren”.
En política, en efecto, lidiar con esa sombra trunca del pasado tampoco facilita el “borrón y cuenta nueva”, en especial cuando los resultados de aquellas acciones siguen abriendo boquetes, cuando los mismos respingos, la misma ansiedad que evitó rematar proyectos previos reaparece para devolvernos al patológico principio. Ese, que empuja a abrirse paso entre cuerpos aún agonizantes, entre tajos palpitantes y traumas sin curar; ese que aún no es fruto de un limpio cierre.
Sometida por sus debilidades estructurales, zarandeada por el voluntarismo interno o la antipolítica vestida de rebeldía, obligada al crónico reinicio por el enfrentamiento con un angurriento Leviatán que no da tregua, que golpea y desarma la ley sin mínimo prurito, las oposición democrática en Venezuela brega desde hace un tiempo con la dificultad para trajinar con lo inconcluso. Lo lamentable es que la solución a lo no concretado o lo que no pudo ser suficientemente explorado parece acabar desembocando en introspecciones que no tocan lo medular: la búsqueda de consensos en torno a estrategias unificadoras cuando la oportunidad demanda el hablar y actuar juntos, cuando exige convocar acciones que produzcan resultados tangibles, útiles para la sociedad y capaces de contener eficazmente la adversidad.
A propósito del 20M, por cierto, cualquier aspiración de recomposiciones boquea si antes no reparamos en las consecuencias de ese tránsito: en todo lo que se estancó, todo lo que no cambió y en todo lo que, sin duda, sí lo hizo. No hay elipsis capaz de cicatrizar el cisma sin dolores, así que para bien o para mal una dirigencia fragmentada tendrá que afrontar un eventual reencuentro marcado por las acusaciones que se asestaron a mansalva, las distancias exhibidas como banderas incompatibles o las afirmaciones hechas con tenor carnicero. El diván de la política aguarda por esa urgente negociación con la pulsión, algo que debería empezar a gestarse incluso dentro de los propios partidos a fin de desactivar el autoritarismo endógeno que tanto estorbo ha encajado… ¿será posible?
Revisar, aceptar, sellar círculos rotos para recomenzar: es lo responsable y lo políticamente adulto. De otro modo, los llamados al “renacer de la esperanza” (y aún cuando la agenda internacional revele movidas intensas a favor de la restitución de la democracia en Venezuela) quedarán como artilugios cosméticos, tan poco efectivos en lo interno como la compulsiva renovación de consignas que en nada impacta la incertidumbre, que en nada domestica el miedo o contribuye al rescate de la confianza ciudadana.
Antes que esperar milagros convendría mudar tanta pasión desordenada a terrenos de esa razón apasionada, deseante, que remite a Spinoza; detenernos a auscultar los ardores que nos embisten y ponerlos a nuestro favor. Aún malheridos por un brusco aterrizaje que no deja de recordar los errores de cálculo y la falta de sereno atrevimiento, toca seguir pidiendo, por favor, que los líderes distingan sus sombras y asuman sus barrancos con entereza. Después de todo en esas comunes honduras hemos terminado todos; y juntos aspiramos a salir de ellas, algún día.
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