Protocolo de Kioto: del compromiso a la especulación

Por: Alberto Herrera B. 

Julio 2019

Sí, es cierto: el efecto de los gases de efecto invernadero (GEI) representa un impacto directo al medio ambiente global, a la diversidad y al normal desarrollo de la vida animal y humana. Es por ello que hace más de 20 años, específicamente en el año 1997, 191 países adoptaron en la ciudad de Kioto, Japón, un protocolo dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y cuyo acuerdo tenía por objetivo reducir los GEI.

La idea principal consistía en la disminución del porcentaje de GEI de los países industrializados y algunos países en vías de desarrollo, para lo cual se establecieron metas y márgenes de acuerdo a la actividad industrial de cada país y la diversidad en variables económicas y medioambientales. Es por ello que, por ejemplo, Estados Unidos debía reducir las emisiones de gases al menos en un 30 % para el año 2030, ya que es uno de los países que posee mayor emisión de gases a nivel mundial.

Ahora bien, luego de todo este tiempo han existido avances en algunos países y el tema ha sido tratado con la mayor seriedad, dada las consecuencias que se observan en los actuales momentos, como por ejemplo el cambio climático en varias partes del mundo y los efectos terribles en las cosechas de diversos alimentos por la escasez de precipitaciones. Con todo ello en cuenta, algunos países, como por ejemplo Alemania, Francia y Suecia, han conseguido disminuir el porcentaje de GEI. En contraste, hay otros países en los cuales no solo no han disminuido, sino que inclusive han aumentado su porcentaje de GEI al medioambiente, haciendo caso omiso a los acuerdos firmados aquel año.

En palabras de Patricia Espinosa, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, acerca de lograr el objetivo de un ambiente más favorable y disminuir los GEI: “no es una cadena fácil de romper”. Sin embargo, el compromiso con la protección del clima es grande en todo el mundo.

Los esfuerzos continúan, a pesar de que varios países se han desvinculado del mismo protocolo y de los posteriores acuerdos que se realizan en diferentes partes del mundo para evaluar los resultados y definir nuevas estrategias. Países como Canadá, Estados Unidos, Rusia y China han sido muy escépticos con las formas y maneras en que se deberían lograr dichas disminuciones de los GEI, pero aun así los gobiernos de dichos países son muy conscientes de que las consecuencias son mucho peores si no se toman los correctivos necesarios para lograr proteger el medio ambiente.

Parte de ese compromiso es el Fondo Verde del Clima de la ONU, que incluye diversos programas para desarrollar capacidades mediante la educación y el entrenamiento sobre cambio climático, y que fue también considerado una herramienta para crear una conciencia pública que permita una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones, al igual que la parte privada, la cual es fundamental para la ejecución de los recursos que provienen de países desarrollados para prácticas de adaptación al cambio climático y mitigación de sus efectos para los países en vías de desarrollo. Dicho fondo se estima que alcance los US$ 100 mil millones.

Lamentablemente, el mermado acuerdo sobre cómo destinar los recursos y su administración han jugado en contra de este fondo, que pretende ayudar y poner en práctica nuevas vías de acción contra el calentamiento global.

Siempre se ha dicho que las acciones hablan más que las palabras, y en este caso pareciera que existen muchas palabras y no un acuerdo en conjunto de todos los involucrados para mitigar lo que hoy en día es una realidad y afecta al mundo completo. Los 169 países que han ratificado su posición en estos acuerdos contra el cambio climático son muestra fiel de su compromiso; sin embargo, el tiempo no espera un acuerdo de todos para desacelerar las consecuencias de los GEI.

Solo los efectos cada vez más palpables en las poblaciones, al igual que en el medio ambiente y la vida animal, hacen que de vez en cuando los líderes mundiales se pregunten: ¿es necesario esperar otro desastre natural, o de una vez tomar acciones estructurales para mejorar la calidad de vida y preservar el ambiente para las generaciones futuras?

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